El Sínodo tiene que escuchar el grito del hombre y escuchar qué quiere Dios
Fragmento de la homilíadel Papa en la vigilia de oración por el sínodo de la familia
Queridas familias, buenas tardes
Cae ya la tarde sobre nuestra asamblea.
Es la hora en la que se vuelve con gusto a casa para reunirse en la misma mesa, en el espesor de los afectos, del bien realizado y recibido, de los encuentros que dan calor al corazón y le hacen crecer, vino nuevo que anticipa en los días del hombre la fiesta sin ocaso.
Es también la hora más dura para quien se encuentra solo con su propia soledad, en el crepúsculo amargo de sueños y proyectos rotos: cuántas personas arrastran los días por la calle sin salida de la resignación, del abandono, si no del rencor; en cuántas casas ha disminuido el vino de la alegría y, por tanto, el sabor – la misma sabiduría – de la vida... De unos y de otros, esta tarde nos hacemos voz con nuestra oración.
Es significativo cómo – también en la cultura individualista que desnaturaliza y hace efímeros los vínculos – en cada nacido de mujer permanece viva una necesidad esencial de estabilidad, de una puerta abierta, de alguien con quien tejer el relato de la vida, de una historia a la que pertenecer. La comunión de vida asumida por los esposos, su apertura al don de la vida, la custodia recíproca, el encuentro y la memoria de las generaciones, el acompañamiento educativo, la transmisión de la fe cristiana a los hijos...: con todo esto la familia sigue siendo escuela sin igual de humanidad, contribución indispensable a una sociedad justa y solida (Aleteia)
Francisco al Sínodo: “Hablad claro, no penséis que hay cosas que no se pueden decir”
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