EL CENACULO
“Se levantó de la mesa”
(Jn 13,4)
Mirar desde
abajo. ¿Qué es lo que permitía a Jesús ver “el mundo del revés”? ¿Dónde se
situaba para ver las cosas de un todo tan diferente del nuestro? Sabía que el lugar en que estemos situados
condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que
le permitía percibir otras dimensiones de la vida. En la noche en que iba a ser
entregado, realizó un gesto insólito: se levantó de la mesa distanciándose del lugar reservado
a quienes presiden y se situó en el de los que, entonces y ahora, pertenecen a
la categoría de “los que sirven”. Desde ese lugar se toca de cerca el barro, el
polvo, el mal olor, la suciedad…, todo
eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente
ignoran y desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás,
se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su
desnudez, las limitaciones de su corporalidad. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión
de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.
Para
la oración
Dedicar
un tiempo a tomar conciencia de cómo manejamos los adverbios en nuestras
relaciones (más/menos, arriba/ abajo,
dentro/fuera… Y nuestros adjetivos: mayor/menor,
importante/ insignificante, rico/pobre…) y comparar con el uso que les daba
Jesús.
Entrar
en el cenáculo y mirar a Jesús levantándose de la mesa, cambiando ese lugar de
primacía por el de abajo, mirando la vida y a los suyos desde ese otro lugar y
poder lavarles los pies.
Ponernos junto a él ahí, darnos cuenta de qué
cambia en nuestras relaciones cuando nos situamos en esa otra posición…
EL HUERTO
“Hágase
tu voluntad” (Mt 26,42)
v Aprender otro lenguaje. Lo que
traducimos por “voluntad” es un término hebreo que
designa el
sentimiento subjetivo de complacencia, aspiración,
deseo, amor, alegría ( la misma
raíz que se usa para decir que alguien está enamorado cf Gen 34,19). Y ese
componente de “complacencia” se expresa
en griego como eudokía: “parecer bien”, “caer en gracia”, la alegría
que el Señor experimenta por su pueblo, el gran amor que siente por su elegido.
En el Nuevo
Testamento, la “voluntad” del Padre (es decir, su amor, su complacencia ,su
felicidad) descansa en Jesús (Mt 3,17;;
17,5; Mc 1,11; Luc 3,32; 2 Pe 1,17). Dios tiene un solo proyecto, una sola voluntad: “hacernos vivir juntamente
con Cristo”( Ef 2,5),en “comunidad de vida con él” (1Cor 1,9), “conformes con
su imagen” (Rm 8 29). No hay plan prefijado al que ajustarse ni programa que
cumplimentar: lo que existe es el deseo de un Dios “a favor nuestro” (Rom 8,31)
que quiere que sus hijos vivan y que
arriesga su voluntad en la impaciencia de esa espera y en la expectación de un
deseo que no sabe de imposiciones ni de amenazas, sino de atracción, seducción
y contagio.
v Recordar que estamos en
proceso. Casi todos los personajes bíblicos presentaron
ante Dios resistencias,
pretextos y quejas: Moisés (Ex 4,10)
Jeremías ( Jer 1,6; 20,14-18), Jonás (Jon 1,3; 4,8-9), Elías (1 Re 19,4) o
Pedro( Mt 16,22; 27,69-74). Todos ellos recorrieron, antes que nosotros, el
camino que conduce del “no” al “amén”.
La escena del huerto nos sitúa ante el rechazo de
Jesús a la muerte, su lucha, su sudor de sangre y su súplica: “Si es posible, pase de mí este cáliz...”, “el
espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mt 21,28-31). Nuestro proceso de vida cristiana consiste en ir convirtiendo nuestras resistencias en el “amén”
que nos hace semejantes al Hijo y eso puede durar toda una vida.
v Abrirnos a la alegría. “La voluntad de Dios - podría haber dicho Jesús- , se parece a
un tesoro
escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, por la
alegría, fue y lo vendió todo
para comprar aquel campo” (Mt 13,44). No
por voluntarismo, ni por resignación, ni por sometimiento sino “por la alegría”, por el mismo gozo secreto de saberse en
posesión de algo valioso que hacía decir a Jesús: “Yo tengo un alimento que
vosotros no conocéis, hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4,34). Un alimento que
produce disfrute, vitalidad, crecimiento, plenitud y alegría.
v Pasar del “cumplir” al “adherirnos”. La Biblia emplea con
frecuencia el verbo
dabaq, (estar adherido, pegarse, aferrarse, unirse, arrimarse), que expresa
la actitud que Yahvé espera de su pueblo: “Elige la vida y vivirás tú y tu
descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voluntad adhiriéndote a él pues él es tu vida.”(Dt
30,19). Se trata de una irresistible
atracción que empuja al que se adhiere a no soltarse ni separarse de aquello en
lo que le va la vida. Nadie lo dicta desde fuera, es el propio deseo de ser y de vivir lo que empuja desde
dentro, lo que les hace Jesús se arriesgó antes que nosotros: “no mi nombre, sino el tuyo”, “no mi gloria,
sino la tuya...”, “no mi voluntad, sino la tuya...”, “no mi vida, sino la de
ellos”...
Porque la
voluntad de Dios (su complacencia, su aspiración, su amor, su
alegría...), su deseo más hondo sobre nosotros, es que nos fiemos plenamente
de que en esa voluntad suya que nos
alcanza, todo es gracia.
Para la oración
Entrar en el huerto y dedicar un tiempo a situarnos
junto a Jesús ante el Padre. Tomar conciencia de lo que significa ahora para
cada uno “la voluntad de Dios” y unirnos
a Jesús repitiendo con él: “Sí, Padre,
hágase tu voluntad…”
EL MONTE
EL MONTE
“Se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para
ver qué se llevaba cada uno”
(Mc
15,24).
Elogio de la desnudez. Una vez Jesús contó la historia de un hombre
que, para guardar su cosecha, derribó sus graneros y construyó otros mayores (Lc 12,18). Era una conducta
incomprensible para él, que no sabía nada sobre acumular, guardar o retener y que tenía costumbres pródigas: dar, perder, dejar, vender,
derramar, partir, entregar.
Había
nacido a la intemperie para que ninguna barrera le separara de nosotros y para
hacer desaparecer cualquier miedo al tocar la carne frágil de un niño;
murió fuera de los muros de la
ciudad, sin protección ni defensas, porque nada hay tan vulnerable como el
costado de un hombre crucificado. Sobre su cruz pusieron un titular
malintencionado y equívoco que le arrebataba la verdad de su nombre y le
imponía una identidad que nunca pretendió: ser «Rey de los judíos» (Jn 19,19).
EL JARDIN
“He
visto al Señor y me ha dicho esto” (Jn 20,18)
“Cuál puede ser hoy nuestra
"experiencia pascual"? ; ¿dónde y cómo vivir el encuentro con el
Resucitado?; ¿cómo y cuándo pueden hacerse presentes para nosotros la fuerza y
la vida que brotan de la Resurrección de Jesús?
Lo verdaderamente decisivo es la conversión a Cristo. Cuando
preferimos seguir viviendo "sin interioridad", cerrados a toda
llamada, indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestra vida, sin
despertar en nosotros responsabilidad alguna, empeñados únicamente en asegurar
nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre, no hay espacio
para la experiencia pascual. Casi siempre, hay un momento en la vida en que se
hace penoso seguir caminando. Es más fácil instalarse en la comodidad y el
conformismo. Asentarse en aquello que nos da seguridad, y cerrar los ojos a
todo aquello que exija decisi6n y generosidad. Pero entonces, algo muere en
nosotros. Ya no vivimos desde ningún impulso creador. Es la moda, la comodidad,
la rutina o "el sistema" el que vive en nosotros. Hemos renunciado a
nuestro propio crecimiento. ¡Cuántos
hombres y mujeres se instalan así en la mediocridad, renegando de las
aspiraciones más nobles y generosas que surgen en su corazón ... ! Su
existencia queda paralizada. Viven "junto a lo esencial",
impermeables a lo que podría introducir una nueva dinámica en sus vidas.
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